Diaconisas era el término usado en la primitiva Iglesia para significar las personas del sexo femenino que tenían en la Iglesia una función de servicio,[1] mas no como la de los diáconos varones que desde siempre formaron parte del orden sagrado, siendo ministros sagrados como el presbítero y el obispo que eran y son los ministros ordenados. San Pablo habla de ellas en su epístola a los Romanos , como por ejemplo a Febe de Céncreas. Plinio el joven, en una de sus cartas a Trajano, hace saber a este príncipe que había hecho dar tormento a las diaconisas, a quienes llama ministrae.
El nombre de diaconisas se refería a ciertas mujeres laicas que eran devotas consagradas al servicio de la Iglesia y que hacían a las mujeres los servicios que no podían prestarles los diáconos con decencia: por ejemplo, en el bautismo que se confería por inmersión a las mujeres, así como a los varones.
Estaban también encargadas de la vigilancia de las iglesias o lugares de reunión de la parte en que estaban las mujeres separadas de los hombres, según la costumbre de aquellos tiempos. Tenían cuidado de las pobres y enfermos, etcétera. En tiempo de las persecuciones, cuando no se podía enviar un diácono a las mujeres para exhortarlas y fortificarlas, se les mandaba una diaconisa. No debe haber confusión con el diácono, pues este pertenece al orden sagrado del sacramento. Las diaconisas nunca pertenecieron ni como permanentes ni transitorias, no eran clérigos. Recordemos que en la iglesia los únicos ministros ordenados en el ministerio de Cristo son los hombres, esto para la Iglesia católica de Roma y de Oriente. Sin embargo, sí existe en las iglesias evangélicas luterana y calvinista el grado del orden en el sexo femenino.