El epitelio intestinal constituye la principal barrera entre nuestros ambientes interno y externo[1] y es la superficie mucosa más extensa del organismo.[2]
Se compone de una sola capa de epitelio de células cilíndricas que recubre la pared del intestino (la mucosa intestinal) y tiene dos funciones críticas. Por un lado actúa como una barrera, impidiendo el ingreso de sustancias nocivas, tales como antígenos extraños, tóxicos, microorganismos y sus toxinas.[3] [1] Por otro, actúa como un filtro selectivo, que permite el paso de diversos componentes de la dieta, electrolitos y agua, desde la luz intestinal hasta la sangre.[1]
En circunstancias fisiológicas, cuando el epitelio intestinal está indemne, forma una barrera compacta pero selectiva, que impide el paso de los microbios y de la mayoría de antígenos y permite la absorción activa de nutrientes.[2] Cuando este control desaparece, aumenta la permeabilidad intestinal y se produce un paso incontrolado de sustancias a la sangre. Esto puede provocar, dependiendo de la predisposición genética de la persona, el desarrollo de enfermedades autoinmunes, inflamatorias, infecciones, alergias o cánceres, tanto intestinales como en otros órganos.[4]