La esclavitud en la isla de Mallorca se remonta a tiempos inmemoriales, y al igual que en la península ibérica con su historia esclavista consistió en una práctica habitual durante la Edad Media. No obstante, cabe destacar que los primeros escritos en los que se tiene constancia de la presencia de esclavos en una gran civilización es en Mesopotamia, durante la época sumeria.[2]
Dicho esto, los primeros registros sobre actividad esclavista en Mallorca se remontan a la cultura talayótica, época en la que se estima que junto a Ibiza consistió en una importante zona desde donde los piratas púnicos o romanos proporcionaban esclavos a los traficantes.[3] Sin embargo, durante la época musulmana, cuando la isla era llamada Mayurqa, no era un centro importante del tráfico de esclavos.[3]
La Antigüedad fue un periodo esclavista por excelencia, haciendo hincapié en la sociedad romana, que a lo largo de toda la historia de su dominio sobre el Mediterráneo, incluyendo la conquista de las Islas Baleares, fue esencialmente esclavista, y tanto su economía como su estructura social se basaba en un sistema de clases, donde el esclavo constituía el escalón más bajo de la sociedad. Esto se potenció enormemente debido a los cambios sufridos en la economía romana durante la época de expansión, en especial en el sector agrario, en el que se multiplicaron las grandes propiedades, especialmente en las nuevas provincias y colonias de la República primero y del Imperio después.[4]
Tras la conquista de la isla por el rey Jaime I, algunos judíos norteafricanos se instalaron en ella gracias a que el rey protegía a este colectivo y les concedía ciertos privilegios jurídicos,[5][6] quienes establecieron vínculos comerciales con los parientes que habían dejado en África, ya que en virtud de su competencia financiera y económica facilitaban las operaciones de compra y venta, actuando como embajadores.[7] Los musulmanes que quedaron en Mallorca luego de su conquista, tanto libres como cautivos, jamás contaron con estatutos jurídicos que garantizasen la posesión de sus bienes, su religión y costumbres, de modo que se les reconociese como una comunidad autónoma distinta de la de los cristianos.[5]
A mediados del siglo XVI, ya dentro del contexto de los corsarios berberiscos y sus múltiples razias, existen cantidad de ejemplos que recogen la importancia de las redes comerciales del Mediterráneo, así como el entramado entre familiares y personas unidas por lazos afectivos que se dedicaban a comerciar con todo tipo de bienes en Mallorca, incluyendo el rescate de cautivos, hecho que les proporcionaba grandes fortunas.[8][9] En las principales familias aristocráticas de mediados de este mismo siglo, que eran las que más esclavos poseían, lo normal era tener entre diez y quince personas esclavizadas.[10]