Un legado (en latín, legatus) era un general del ejército romano, equivalente a un moderno oficial general o lugarteniente. Siendo de rango senatorial, su superior inmediato era el dux y tenía mayor rango que todos los tribunos militares. Para mandar un ejército independiente del dux o gobernador provincial, los legados tenían que tener rango pretorio o superior; un legado podía ser investido con imperium propretorio (legatus pro praetore) por derecho propio. Los legados recibían una parte sustancial del botín del ejército al final de una campaña, lo que hacía de esta una posición lucrativa, así que a menudo podía atraer incluso a cónsules distinguidos (por ejemplo, el cónsul Lucio Julio César se ofreció voluntario a finales de la guerra de las Galias como legado bajo el mando de su pariente Cayo Julio César).
Los hombres que desempeñaban el cargo de legado se escogían entre la clase senatorial de Roma. Tras las reformas de Cayo Mario, había dos posiciones principales: el legatus legionis, de rango pretorio, al que se da el mando de una de las legiones de élite romanas,[1] y el legado propretor, de rango consular, era a quien se daba el gobierno de una provincia romana con los poderes magistrales de un pretor, que en algunos casos le daba el mando de cuatro o más legiones.
Este rango era también de un comandante legionario general, puesto generalmente era atribuido por el emperador. La persona elegida para este cargo era un anterior tribuno y mandaba durante tres o cuatro años, aunque podía servir durante un período aún mayor. En una provincia con solo una legión, el legado era también el gobernador provincial, pero en provincias con varias legiones, cada legión tenía un legado y el gobernador provincial (que estaba separado de las legiones) tenía mando general sobre todas ellas.
También recibieron el nombre de legados cada uno de los socios que los procónsules llevaban en su compañía a las provincias como una especie de asesores o consejeros los cuales en caso de necesidad los sustituían.