El modernismo fue la corriente de renovación artística desarrollada a finales del siglo xix y principios del xx, durante el periodo denominado fin de siècle y belle époque. En distintos países recibió diversas denominaciones. La más extendida es la de art nouveau (literalmente «arte nuevo»), de origen francés pero usada también en los países anglosajones, nórdicos, germánicos e hispánicos. Junto con esta denominación, recibió otros nombres según el área geográfica: modernismo en España e Hispanoamérica, Jugendstil en Alemania y países nórdicos, Sezession en Austria, Modern Style en los países anglosajones, Nieuwe Kunst en Países Bajos, y Style Liberty en Italia. El uso común de los términos modernism (en inglés) o modernisme (en francés) no se refiere a este movimiento artístico, sino genéricamente a las vanguardias o al arte moderno.[1]
El modernismo hace referencia a la intención de crear un arte nuevo, joven, libre (el arte por el arte) y moderno, que representara una ruptura con los estilos dominantes en la época, tanto los de tradición academicista (el historicismo o el eclecticismo) como los rupturistas (realismo o impresionismo). En la estética nueva que se trató de crear, predominaba la inspiración en la naturaleza a la vez que se incorporaban materiales novedosos derivados de la Revolución Industrial,[2] como el acero y el cristal, superando la pobre estética de la arquitectura en hierro de mediados del siglo xix.
Dos ideas son fundamentales para entender la cultura moderna que estaba emergiendo: la conciencia de que «el futuro ya ha comenzado», que se relaciona con el concepto de progreso; y la convicción de que para tener futuro no sirven las pautas o doctrinas de etapas anteriores, sino que es necesario crear sus propias normas. Existe la ruptura con el pasado y la apuesta con el futuro desde el mismo presente.
En gran medida estas aspiraciones se basaron en el trabajo e ideas estéticas de Claude-Nicolas Ledoux y Eugène Viollet-le-Duc en Francia, y, John Ruskin y William Morris en el Reino Unido, que proponían democratizar la belleza o socializar el arte, en el sentido de que hasta los objetos más cotidianos tuvieran valor estético y fueran accesibles a toda la población, aunque sin utilizar las nuevas técnicas de producción masiva que impedían el desarrollo del buen hacer artesanal. El modernismo no solo se dio en las bellas artes tales como la pintura, escultura y arquitectura, sino también en las artes aplicadas o artes decorativas, en las artes gráficas y en el diseño de mobiliario, rejería, joyería, cristalería, cerámica y azulejería, lámparas y todo tipo de objetos útiles en la vida cotidiana, incluido el mobiliario urbano, que pasó a tener gran importancia (kioscos, estaciones de metro, farolas, bancos, papeleras, urinarios[3]). Muchos artistas identificados con el modernismo son artistas «integrales». Especialmente, en el caso de los arquitectos, no solo proyectaban edificios, sino que intervenían en el diseño de la decoración, el mobiliario, y todo tipo de complementos y enseres de uso diario que habían de contener.
El modernismo no fue unánimemente recibido: una amplia corriente de opinión identificaba sus formas con el concepto de degeneración (una desintegración orgánica que corresponde a la desintegración social).[4]