Monasterio de San Pedro de Montes

Monasterio de San Pedro de Montes
Monumento nacional
Localización
País EspañaBandera de España España
Comunidad Castilla y León Castilla y León
Provincia León León
Localidad Ponferrada
Coordenadas 42°26′46″N 6°34′14″O / 42.446055555556, -6.5705277777778
Información religiosa
Culto Iglesia católica
Diócesis Astorga
Advocación San Pedro
Patrono Pedro
Historia del edificio
Fundador Ordoño II
Construcción 895
Datos arquitectónicos
Tipo Monasterio
Estilo Arte prerrománico, románico y barroco
Identificador como monumento RI-51-0000670
Año de inscripción 3 de junio de 1931 y 16 de diciembre de 2007

El monasterio de San Pedro de Montes es un antiguo monasterio ubicado en la localidad española de Montes de Valdueza, en la provincia de León, comunidad autónoma de Castilla y León. Fue fundado hacia el año 635 por San Fructuoso y, junto con el monasterio de Santa María de Carracedo, fue uno de los monasterios bercianos más poderosos en cuanto a dominios.

Forma parte de la Tebaida leonesa, una zona montañosa llena de monasterios e iglesias eremíticas desde el siglo VII, lugar escogido para el aislamiento que buscaban los monjes eremitas, como San Fructuoso y San Genadio.

El monasterio se mantuvo en activo hasta la desamortización de Mendizábal, cuando un incendio lo dejó en estado de ruina. No obstante, su importancia histórica llevó a que fuera declarado Monumento Nacional en 1931. Desde el año 2003, se han llevado a cabo diversas intervenciones de restauración, destacando la realizada en 2017, que culminó con la recuperación de la estructura, poniendo fin a su estado de ruina.

La descripción del entorno según palabras de San Valerio, que se pueden aplicar a hoy en día, es la siguiente:

Es un lugar parecido al Edén y tan apto como él para el recogimiento, la soledad y el recreo de los sentidos. Cierto es que está vallado por montes gigantescos, pero no por ello creas que es lóbrego y sombrío, sino rutilante y esplendoroso de luz y de sol, ameno y fecundo, de verdor primaveral…Aunque en la rígida pendiente de la montaña ni un solo rincón encontramos donde edificar, con la ayuda de Dios, el trabajo de nuestras propias manos y la precia de los artesanos, en muy poco tiempo allanamos un pequeño espacio donde pudimos edificar un breve remedo de claustro. ¡Qué delicia contemplar desde aquí los vallados de olivos, tejo, laureles, pinos, cipreses y los frescos tamarindos, árboles todos de hojas perennes y perpetuo verdor! A este inmarcesible bosque le llamamos Dafne por sus emparrados rústicos de cambroneras que brotan espontáneas y trepan por los troncos y forman amenísimos y compactos toldos, y refrescan y protegen nuestros miembros de los rigores del estío y nos proporcionan mayor frescor que los antros de las rocas o la sombra de las peñas, mientras que el oído se regala con el muelle del cantar del arroyo que a la vera corre, y la nariz se embriaga con el nectáreo perfume de las rosas, los lirios y toda clase de plantas aromáticas. La bella y acariciadora amenidad del bosque calma los nervios y el amor auténtico, puro y sin fingimientos, inunda el alma.[1]
  1. Obras de San Valerio. Escrito transcrito en: Pastrana, Luis. Peñalba, Montes y Compludo, 1987, ISBN 84-86205-29-8.

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