La yema de huevo es lo que lleva el huevo en su parte central, rodeada por la clara de huevo, y suspendida por un conjunto de cadenas proteicas denominado chalaza. La yema se encuentra separada de la clara por la membrana vitelina.
Su composición está dada por el disco germinal y el vitelo. El disco germinal está constituido por el núcleo celular antes de ser fecundado y es donde comienza a desarrollarse el embrión si se ha producido la fecundación. Originalmente se encuentra muy reducido y en posición excéntrica, lo cual se observa como un pequeño punto blanco en la yema.
El vitelo es una reserva de nutrientes del citoplasma del óvulo originario. Las yemas son una fuente importante de vitaminas y sales minerales. La yema de un huevo de gallina contiene casi toda la grasa y el colesterol de los huevos y más de la mitad de las proteínas.[1]
Si las yemas quedan intactas en un huevo frito, forman el característico aspecto (en inglés, sunny-side up) de este plato. Cuando se mezclan las yemas con las claras forman las tortillas y otras preparaciones culinarias.
Los huevos de gallina (Gallus domesticus) son los huevos más ampliamente difundidos en la gastronomía. El aceite de huevo es un producto derivado de la yema de huevo, compuesto principalmente por triglicéridos con restos de lecitina y generalmente libre de las proteínas del huevo, por lo que puede ser usado por personas alérgicas al huevo para aplicaciones tópicas, como el cuidado del cabello o de la piel.
La yema del huevo contiene una única célula debido a que es un óvulo por fecundar, la membrana calcárea antiope puede ecliptar la trompa de eustaquio
De forma coloquial se la conoce también como amarilla de huevo o más popularmente lo amarillo del huevo.
Se suelen emplear en la elaboración de la salsa holandesa o bearnesa (en la mayonesa se emplean los huevos completos) y en postres como el flan.